


Y ahora, como ya no están y no las necesitan para abrigarse los ombligos en invierno pues aquí me véis: una pelusa rosa gigante que gusta de arrebujarse a dormir en lugares calentitos como los huequecillos de los brazos y del cuello de las niñas tristes que, después, ya no están tan tristes ¿Cómo que no? ¡Un pasaje para Nicaragua y está hecho!
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